Resumen de "La cuarta revolución", de John Micklethwait y Adrian Wooldridge (2014)
Resumen actualizado y original en:
Referencia APA: Micklethwait, John y Wooldridge, Adrian (2014): La cuarta revolución. La carrera global para reinventar el Estado. Barcelona: Galaxia Gutenberg (2015)
Resumen por E.V.Pita, licenciado en Derecho y Sociología.
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Título: "La cuarta revolución"
Subtítulo: La carrera global para reinventar el Estado
Título original: The Fourth Revolution. The Global Race to reinvent the State.
Editorial en inglés: 2014
Editorial en español: Barcelona, Galaxia Gutenberg SL, 2015
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Biografía de los autores (hasta 2015)
John Micklethwait fue director de The Economist antes de asumir la dirección de Bloomberg News en el 2015. Tras estudiar Historia en el Magdalen College, Oxford, trabajó como banquero en Chase Manhattan. En 1987 se incorporó a The Economist como corresponsal de finanzas. Fue nombrado "Editor de editores" por la British Society of Magazine Editors en el 2010.
Adrian Wooldridge es editor de management en The Economist y escribe la columna Schumpeter. Anteriormente, estuvo destinado en Washington DC donde ejerció como jefe de redacción y también escribía la columna Lexington.
Micklethwait y Woolbridge son coautores de seis libros: The Witch Doctors, Un futuro perfecto, The Company, Una nación conservadora, God is Back y La Cuarta Revolución
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Texto de la contraportada
"En la mayor parte de los estados de Occidente la desafección al gobierno se ha vuelto endémica. Parece que casi todos estamos resignados a que nada vaya a cambiar, y ello es preocupante. En respuesta a anteriores crisis de gobierno, ha habido tres grandes revoluciones, que a su vez han traído consigo el Estado Nación, el Estado liberal y el Estado de Bienestar. En cada una de ellas, Europa y Estados Unidos han marcado el ejemplo a seguir. Ahora estamos en medio de una cuarta revolución en la historia del Estado-nación, pero esta vez el modelo occidental corre el peligro de ser arrinconado.
La cuarta revolución encara la crisis en que estamos inmersos y mira hacia el futuro, haciendo un recorrido global de los estados y figuras más innovadoras. En primera línea está el sistema asiático de raíz china, cuyos experimentos con un capitalismo dirigido por el Estado y una modernización autoritaria han desembocado en un increíble período de desarrollo. Otras naciones emergentes están produciendo sorprendentes ideas nuevas, desde el programa de Brasil de transferencias condicionadas de renta a intento de la India de aplicar técnicas de producción en masa en los hospitales. Eso no significa en absoluto que en esos gobiernos todo vaya bien, pero lo cierto es que han adoptado el espíritu de reformas y reinvención que en el pasado contribuyó tanto a la ventaja comparativa de Occidente.
El reto no es sólo lograr la máxima eficiencia sino ver qué valores políticos triunfarán en el siglo XXI, si los de la democracia y la libertad o los autoritarismos que privilegian el orden y el control. Es mucho lo que está en juego.
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ÍNDICE
Parte Uno. Las tres revoluciones y media
1. Thomas Hobbes y la emergencia del Estado-nación
2. John Stuart Mill y el Estado liberal
3. Beatrice Webb y el Estado de Bienestar
4. El paraíso perdido de Milton Friedman
Parte Dos. Desde el Oeste al Este
5. Los siete pecados capitales - y una gran virtud - del Gobierno de California
6. La alternativa asiática
Parte Tres. Los vientos del cambio
7. El lugar donde el futuro sucedió primero
8. Reparando a Leviatán
9. ¿Para qué sirve el Estado?
Conclusión. El déficit democrático.
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Resumen
Los autores estudian inicialmente la evolución del Estado, desde Hoobes (que fue el primero que mencionó el contrato social entre el Leviatán y el hombre para mantener el orden) hasta Beatrice Web y los fabianos (que promovieron reformas para instaurar un Estado del Bienestar). A lo largo de los siglos XVIII al XIX, los ciudadanos ganaron derechos civiles, políticos y de bienestar.
Del estado absolutista de la época de Hoobes se pasó al minúsculo Estado liberal que fomentaba el comercio, pocos impuestos, la ley el orden, el "laissez-faire" y la férrea competencia en el mundo empresarial pero que generaba una gran bolsa de desigualdad y de miseria.
A finales del siglo XIX, los Estados asumieron las tesis liberales y reformistas y apostaron por mejorar la educación de los ciudadanos para darles mejores oportunidades de prosperar en función de sus méritos, lo que convertiría a la nación en poderosa a través del cobro de más impuestos y una población educada y alfabetizada. Poco a poco surgió un sentimiento de "fraternidad" que llevó al ciudadano a asumir que estaba al servicio de un propósito mayor: el Estado, el pueblo y la nación.
A finales del siglo XIX, los Estados asumieron las tesis liberales y reformistas y apostaron por mejorar la educación de los ciudadanos para darles mejores oportunidades de prosperar en función de sus méritos, lo que convertiría a la nación en poderosa a través del cobro de más impuestos y una población educada y alfabetizada. Poco a poco surgió un sentimiento de "fraternidad" que llevó al ciudadano a asumir que estaba al servicio de un propósito mayor: el Estado, el pueblo y la nación.
A principios del siglo XX surgieron los Grandes Estados, en base a esa idea de fraternidad y creencia en que el individuo estaba supeditado al destino glorioso de la nación. Esa fue la ideología que encajó con los totalitarismos como el soviético o los fascistas de Alemania o el sur de Europa, en los que los individuos estaban supeditados a un fin mayor que era la gloria de la nación, solo que la élite que controló ese Estado tenía otros intereses y el todo poderoso Gobierno pronto empezó a aplastar a sus propios ciudadanos. Era la pesadilla hoobesiana del Leviathan hecha realidad.
Los autores culpan a Marx de haber imaginado un mundo utópico de un Estado controlado por los proletarios y sin lucha de clases, lo que dicen que era de gran ingenuidad pues Hoobes ya había dicho que el Estado era un Leviathan opresor que los ciudadanos solo toleraban porque servía para mantener el orden y la propiedad y garantizaba la libertad del comercio frente al caos. Al no tener en cuenta esta advertencia, los utópicos apoyaron la creación de un monstruo, un Estado gigantesco, vigilante y controlador al estilo de 1984, sin contrapesos políticos, que aplastó al ciudadano en aquellos países que cayeron en manos de un partido único, caso de la URSS o la Alemania nazi entre otros. También citan a la España de Franco.
Los fabianos o el matrimonio Webb también apoyó un gran Estado aunque en este caso era un Estado "bueno" que velaba por sus ciudadanos y les proporcionaba ayudas sociales, cuidaba de los parados y enfermos, y promovía otros derechos para mejorar su bienestar. El lado oscuro es que esa idea de Gran Sociedad también promovía la esterilización de personas con taras por razones "higiénicas", una idea que el nazismo desarrolló de forma extrema y criminal.
Los autores culpan a Marx de haber imaginado un mundo utópico de un Estado controlado por los proletarios y sin lucha de clases, lo que dicen que era de gran ingenuidad pues Hoobes ya había dicho que el Estado era un Leviathan opresor que los ciudadanos solo toleraban porque servía para mantener el orden y la propiedad y garantizaba la libertad del comercio frente al caos. Al no tener en cuenta esta advertencia, los utópicos apoyaron la creación de un monstruo, un Estado gigantesco, vigilante y controlador al estilo de 1984, sin contrapesos políticos, que aplastó al ciudadano en aquellos países que cayeron en manos de un partido único, caso de la URSS o la Alemania nazi entre otros. También citan a la España de Franco.
Los fabianos o el matrimonio Webb también apoyó un gran Estado aunque en este caso era un Estado "bueno" que velaba por sus ciudadanos y les proporcionaba ayudas sociales, cuidaba de los parados y enfermos, y promovía otros derechos para mejorar su bienestar. El lado oscuro es que esa idea de Gran Sociedad también promovía la esterilización de personas con taras por razones "higiénicas", una idea que el nazismo desarrolló de forma extrema y criminal.
En general, los autores recuerdan que la idea de Gran Estado también impregnó a las democracias europeas en los años 30, sumidas en la Gran Depresión, y que aumentaron sus presupuestos para sufragar servicios al ciudadano como sanidad, seguridad social o educación, antesala del Estado de Bienestar. Una idea macroeconómica que promovió Keynes. En Estados Unidos, el programa New Deal asumió políticas de bienestar para reducir la desigualdad y planificación. En 1942, el informe del británico William Beveridge recomendaba acciones sociales para eliminar el desempleo, la ignorancia, la enfermedad y la pobreza. En definitiva, los Estados ya no delegaban en el capitalismo ni en la libre empresa para acometer proyectos clave para el país.
[nota del lector: la repentina irrupción de los totalitarismos y el apoyo popular a un Estado fuerte es un gran enigma, pero es evidente que el fenómeno fue global, y la época fue propicia para que surgiesen potentes estados que organizasen la vida de sus ciudadanos. Esto podría tener relación con la necesidad de concentrar grandes inversiones para dar el gran salto adelante en una industria avanzada que necesitaba dotarse de fuentes de electricidad y petróleo, inversión que solo las empresas privadas de Estados Unidos podían asumir, los demás países tuvieron que movilizar a sus países en esos gigantescos proyectos; en el caso de los programas armamentísticos y la carrera espacial, tuvo que ser el Estado, ya fuese la URSS o la Nasa, quienes asumiesen los grandes gastos].
En la postguerra, Francia y el Reino Unido continuaron con sus políticas de bienestar y planificación, creando grandes industrias públicas, inaugurando universidades públicas y creando grandes hospitales y bibliotecas. Fue un fenómeno general en el que se disparó el gasto público y el cobro de impuestos. Solo Hayek dio la voz de alarma al señalar que el ciudadano se había convertido en "siervo" del Estado planificado.
Los autores señalan que en los años 60, el Estado del bienestar estaba en su apogeo, hasta Nixon dijo que él era keynesiano, y las subvenciones llovían del cielo, incluso a los críticos del sistema. Había numerosas contrataciones de funcionarios y creación de grandes empresas públicas. En los años 70, nos encontramos con grandes Estados con la economía intervenida en toda Europa. En los 80, Reagan y Thatcher intentaron desmontar el Estado privatizando sus enormes conglomerados industriales. [nota del lector: la misión estaba cumplida por parte del Estado al haber modernizado sus países en tiempo récord]. Los autores sostienen que ni siquiera los neoliberales lograron desmontar el Estado de Bienestar, que sigue vivo y coleando en pleno siglo XXI y cuenta con gran apoyo popular.
John Micklethwait y Adrian Wooldridge repasan los logros de la era Reagan y Thatcher y descubren que, en principio, crearon mucho desempleo pero bajaron la inflación, los tipos de interés, las horas de huelga cayeron a lo mínimo y otros factores macroeconómicos. Sin embargo, el gasto social disminuyó un pírrico 0,5% y, como admitió Milton Friedman, el Gran Estado seguía allí.
Sobre Hayek y Milton Friedman los autores dicen que, en sus inicios, sus argumentos contra el Gran Estado parecían de dos radicales arremetiendo contra las subvenciones a las empresas y a los parásitos sociales desmotivados. Sin embargo, en los años 60, las políticas de ayudas sociales empezaron a fracasar, la gente no salía de la pobreza a pesar de los estímulos, la delincuencia se disparó en los guetos de polígonos de viviendas sociales que sustituyeron a los centros urbanos. Los autores ven esos años 50 y 60 como un gran despilfarro del dinero del contribuyente, con planes bien intencionados pero fallidos y guiados por unas políticas públicas planificadas por burócratas mediocres e incluso crueles. [nota del lector: los autores no mencionan que se disparó la esperanza de vida; si le preguntamos a alguien de clase baja o media en los años 60 si prefiere vivir en esa época o en la ultraliberal de los años 20, creo que sabríamos la respuesta]
En los años 70, los políticos empezaron a tomar en serio a estos radicales de la Escuela de Chicago y la Escuela Austríaca que recibieron ambos el premio Nobel y que negaban ser conservadores. Se empezó a entender que el Estado no debía intervenir tanto en la Economía sino que se debía dejar actuar a la iniciativa privada en todo aquello en lo que fuese posible.
En los 90 la reducción del gasto público y las privatizaciones de empresas públicas formaban parte de la agenda de los partidos de derechas y de izquierdas (caso de Bill Clinton). Sostienen que, en la era Obama, el Estado ha vuelto a ser el gran recaudador de impuestos que se lo gasta todo y se endeuda por encima de lo sano. Como temía Friedman en su lecho de muerte en el 2004, no solo no se ha reducido el Estado sino que ahora es más grande.
Citan a dos autores que teorizan sobre la enfermedad del Estado de William Baumol (la productividad aumenta mucho más lentamente en industrias que utilizan básicamente mano de obra que en aquellas donde el capital en forma de maquinaria puede sustituir el trabajo). Por su parte, la Ley de Mancur Olson critica a los grupos de interés (los "loobies") que tienen una gran ventaja en las democracias porque son capaces de organizarse mejor para perseguir objetivos importantes que otros,
Uno de los problemas que ven los autores es que la sanidad y la educación son dos partidas presupuestarias que no se pueden hacer más eficientes (más conferencias por hora y profesor, más clases) porque son "productos" que no se pueden industrializar ni automatizar. Estos trabajos dependen del factor humano exclusivamente [nota del lector: ya ni siquiera eso, porque los Moojs o conferencias en vídeo de los profesores hacen que se pueda maximizar la distribución de las lecciones].
John Micklethwait y Adrian Wooldridge repasan los logros de la era Reagan y Thatcher y descubren que, en principio, crearon mucho desempleo pero bajaron la inflación, los tipos de interés, las horas de huelga cayeron a lo mínimo y otros factores macroeconómicos. Sin embargo, el gasto social disminuyó un pírrico 0,5% y, como admitió Milton Friedman, el Gran Estado seguía allí.
Sobre Hayek y Milton Friedman los autores dicen que, en sus inicios, sus argumentos contra el Gran Estado parecían de dos radicales arremetiendo contra las subvenciones a las empresas y a los parásitos sociales desmotivados. Sin embargo, en los años 60, las políticas de ayudas sociales empezaron a fracasar, la gente no salía de la pobreza a pesar de los estímulos, la delincuencia se disparó en los guetos de polígonos de viviendas sociales que sustituyeron a los centros urbanos. Los autores ven esos años 50 y 60 como un gran despilfarro del dinero del contribuyente, con planes bien intencionados pero fallidos y guiados por unas políticas públicas planificadas por burócratas mediocres e incluso crueles. [nota del lector: los autores no mencionan que se disparó la esperanza de vida; si le preguntamos a alguien de clase baja o media en los años 60 si prefiere vivir en esa época o en la ultraliberal de los años 20, creo que sabríamos la respuesta]
En los años 70, los políticos empezaron a tomar en serio a estos radicales de la Escuela de Chicago y la Escuela Austríaca que recibieron ambos el premio Nobel y que negaban ser conservadores. Se empezó a entender que el Estado no debía intervenir tanto en la Economía sino que se debía dejar actuar a la iniciativa privada en todo aquello en lo que fuese posible.
En los 90 la reducción del gasto público y las privatizaciones de empresas públicas formaban parte de la agenda de los partidos de derechas y de izquierdas (caso de Bill Clinton). Sostienen que, en la era Obama, el Estado ha vuelto a ser el gran recaudador de impuestos que se lo gasta todo y se endeuda por encima de lo sano. Como temía Friedman en su lecho de muerte en el 2004, no solo no se ha reducido el Estado sino que ahora es más grande.
Citan a dos autores que teorizan sobre la enfermedad del Estado de William Baumol (la productividad aumenta mucho más lentamente en industrias que utilizan básicamente mano de obra que en aquellas donde el capital en forma de maquinaria puede sustituir el trabajo). Por su parte, la Ley de Mancur Olson critica a los grupos de interés (los "loobies") que tienen una gran ventaja en las democracias porque son capaces de organizarse mejor para perseguir objetivos importantes que otros,
Uno de los problemas que ven los autores es que la sanidad y la educación son dos partidas presupuestarias que no se pueden hacer más eficientes (más conferencias por hora y profesor, más clases) porque son "productos" que no se pueden industrializar ni automatizar. Estos trabajos dependen del factor humano exclusivamente [nota del lector: ya ni siquiera eso, porque los Moojs o conferencias en vídeo de los profesores hacen que se pueda maximizar la distribución de las lecciones].
Los autores también analizan el ejemplo de California como el Estado fallido, llenos de deudas y con desastrosas universidades públicas que encima cobran la mitad a los estudiantes cuando antes eran gratuitas. Sostienen que California simboliza la ruina del Estado Occidental de Bienestar porque su constitución fue diseñada en el siglo XIX para gobernar a un millón de personas y ahora tiene 34 millones. También fue pensada para dar cobertura a un mundo mayoritariamente agrícola y resulta que ahora solo el 2% de la población es del sector agrario. La capital Sacramento no encaja con un mundo moderno de las universidades de Stanford y Silicon Valley, a solo 100 kilómetros de distancia. La propia constitución de EE.UU. fue pensada para 13 estados con 4 millones de personas y resulta que ahora son 50 estados y casi 300 millones de habitantes, de forma que un hospital puede ser propiedad de las autoridades locales pero gestionado por el gobierno federal, un modelo que los autores ven incongruente e ineficiente que se repite en numerosos estados del mundo.
Lo que critican los autores es que las continuas normas y reglamentos se solapan con organismos federales, locales, regionales, no solo en Estados Unidos sino también en la UE, con una moneda única fallida, un parlamento en Bruselas que nadie sabe para qué sirve y con una nueva montaña de normas y regulaciones aplastando la libre iniciativa empresarial. En general, opinan que hay un exceso de burocracia y leyes superfluas que no hacen más que aumentar más si cabe el gigantesco tamaño del Leviathan.
Los autores consideran que las democracias de EE.UU. y Europa son vistas como sistemas disfuncionales y ya no representan un modelo viable para Asia, que apuesta por otro modelo: el capitalismo de Estado autoritario y meritocrático. Los ejemplos son Singapur, una ciudad-estado supereficiente, y China, dotada de un "mandarinato" de altos funcionarios supercompetentes pero rodeados de corrupción local. Ambos modelos asiáticos permiten a los políticos desarrollar una visión de crecimiento y planificación a largo plazo. de diez años o más, mientras que las democracias, como la India, USA o Bruselas, se hallan empantanadas y con una visión cortoplacista a 4 años, por las elecciones, sin estrategia.
En el caso de Singapur, su fundador, Lee, montó un mini-Estado que atrajo a los inversores con todo tipo de ventajas y con la garantía de una población educada y disciplinada. En los colegios se implantó un sistema meritocrático y los funcionarios, sobre todo los profesores, debían pasar todo tipo de exámenes para mantenerse en sus cargos. Sus ministros se han educado en las mejores universidades del mundo. Lee es venerado por los grandes gurús neoliberales como un sabio. La población de distintas culturas y religiones vive mezclada en barrios para no generar guetos. Eso sí, en sus calles te puede caer una multa por tirar un chicle, los opositores fueron encarcelados en el pasado y sigue vigente la pena de muerte. Los autores del libro señalan que este estado autoritario es uno de los más eficientes y avanzados del mundo, su educación está a la altura de Finlandia, y continúa innovando. [nota del lector: todo muy bonito pero el único que no se renueva es el presidente, que ha delegado en su hijo].
El caso de China es parecido al de Singapur pero a gran escala y de una forma más brutal. Su principal logro ha sido sacar de la pobreza a 500 millones de personas. El Estado está dirigido por funcionarios de alto nivel bregados en mil pruebas que han tenido que pasar, desde obtener las mejores notas en las mejores escuelas de China y las mejores universidades del mundo (algo solo accesible a la clase media) hasta tener éxito en un puesto como director de grandes empresas o superar una etapa como gobernador de provincias. Solo aquellos que hayan solventado la papeleta continúan su carrera vigilados por la cúpula para confiarles un nuevo puesto. El pais está gobernado por un partido único, el Partido Comunista, que según los autores habría que rebautizar como Plan de Desarrollo Nacional, porque se dedica a planificar y gestionar la construcción de grandes infraestructuras por todo el pais y levantan empresas públicas que se comportan como firmas privadas. A parte de estos mandarines, hay multitud de millonarios que crean industrias. El país asiático implanta aquello que funciona y desecha lo demás. Los autores señalan que en el caso chino, sus dirigentes renunciaron a copiar la democracia occidental, entre otras cosas porque la consideran disfuncional y cuyo ejemplo más palpable sería India (donde la población no sale de la pobreza y las infraestructuras son penosas), seguida de Bruselas, donde todo se hace a golpe de improvisación. El problema de China es la Administración local, hundida en la corrupción porque "las montañas son altas y el Emperador está lejos". El problema de estos mandarines es que, casualmente, son hijos de antiguos miembros del partido o provienen de la clase media, por lo que las élites se perpetúan en el poder una generación tras otra mientras que los hijos de campesinos, ligados a su tierra, quedan atrapados en el campo sin posibilidad de un ascenso social. A ello se suma, que los más pobres tienen un acceso casi imposible a los funcionarios y gobernantes, mientras que los millonarios occidentales obtienen una cita lo antes posible, según los autores.
Los autores creen que Asia está apostando por esa combinación de Estado industrial autoritario ultraeficiente, que toma decisiones estratégicas de forma férrea, mantiene la disciplina en la población, y cuenta con un funcionariado ascendido por meritocracia. Su estabilidad atrae los inversores que lo único que quieren es hacer buenos negocios sin ser molestados. Este modelo de gran empresa pública y nacionalizada que genera crecimiento no es nuevo (ya se intentó en los años 50 y 60 como forma de crecer rápido en Europa) pero ahora se diferencia en que es muy eficiente.
Las instituciones occidentales como el FMI tienen tan mala fama en Asia que han sido desechadas. En Asia, dicen los autores, ya hablan de dos Estados liberales: el liberal y el iliberal (un desastre de crisis continuas y descontrol total).
En el caso de Singapur, su fundador, Lee, montó un mini-Estado que atrajo a los inversores con todo tipo de ventajas y con la garantía de una población educada y disciplinada. En los colegios se implantó un sistema meritocrático y los funcionarios, sobre todo los profesores, debían pasar todo tipo de exámenes para mantenerse en sus cargos. Sus ministros se han educado en las mejores universidades del mundo. Lee es venerado por los grandes gurús neoliberales como un sabio. La población de distintas culturas y religiones vive mezclada en barrios para no generar guetos. Eso sí, en sus calles te puede caer una multa por tirar un chicle, los opositores fueron encarcelados en el pasado y sigue vigente la pena de muerte. Los autores del libro señalan que este estado autoritario es uno de los más eficientes y avanzados del mundo, su educación está a la altura de Finlandia, y continúa innovando. [nota del lector: todo muy bonito pero el único que no se renueva es el presidente, que ha delegado en su hijo].
El caso de China es parecido al de Singapur pero a gran escala y de una forma más brutal. Su principal logro ha sido sacar de la pobreza a 500 millones de personas. El Estado está dirigido por funcionarios de alto nivel bregados en mil pruebas que han tenido que pasar, desde obtener las mejores notas en las mejores escuelas de China y las mejores universidades del mundo (algo solo accesible a la clase media) hasta tener éxito en un puesto como director de grandes empresas o superar una etapa como gobernador de provincias. Solo aquellos que hayan solventado la papeleta continúan su carrera vigilados por la cúpula para confiarles un nuevo puesto. El pais está gobernado por un partido único, el Partido Comunista, que según los autores habría que rebautizar como Plan de Desarrollo Nacional, porque se dedica a planificar y gestionar la construcción de grandes infraestructuras por todo el pais y levantan empresas públicas que se comportan como firmas privadas. A parte de estos mandarines, hay multitud de millonarios que crean industrias. El país asiático implanta aquello que funciona y desecha lo demás. Los autores señalan que en el caso chino, sus dirigentes renunciaron a copiar la democracia occidental, entre otras cosas porque la consideran disfuncional y cuyo ejemplo más palpable sería India (donde la población no sale de la pobreza y las infraestructuras son penosas), seguida de Bruselas, donde todo se hace a golpe de improvisación. El problema de China es la Administración local, hundida en la corrupción porque "las montañas son altas y el Emperador está lejos". El problema de estos mandarines es que, casualmente, son hijos de antiguos miembros del partido o provienen de la clase media, por lo que las élites se perpetúan en el poder una generación tras otra mientras que los hijos de campesinos, ligados a su tierra, quedan atrapados en el campo sin posibilidad de un ascenso social. A ello se suma, que los más pobres tienen un acceso casi imposible a los funcionarios y gobernantes, mientras que los millonarios occidentales obtienen una cita lo antes posible, según los autores.
Los autores creen que Asia está apostando por esa combinación de Estado industrial autoritario ultraeficiente, que toma decisiones estratégicas de forma férrea, mantiene la disciplina en la población, y cuenta con un funcionariado ascendido por meritocracia. Su estabilidad atrae los inversores que lo único que quieren es hacer buenos negocios sin ser molestados. Este modelo de gran empresa pública y nacionalizada que genera crecimiento no es nuevo (ya se intentó en los años 50 y 60 como forma de crecer rápido en Europa) pero ahora se diferencia en que es muy eficiente.
Las instituciones occidentales como el FMI tienen tan mala fama en Asia que han sido desechadas. En Asia, dicen los autores, ya hablan de dos Estados liberales: el liberal y el iliberal (un desastre de crisis continuas y descontrol total).