lunes, 26 de noviembre de 2018

"Fascismo. Una advertencia", de Madeleine Albright (2018)

Resumen del libro "Fascismo. Una advertencia", de Madeleine Albright (2018)

Resumen original y actualizado en el siguiente link:
https://evpitasociologia.blogspot.com/2018/11/fascismo-una-advertencia-de-madeleine.html

Resumen elaborado por E.V.Pita (2018)

Sociología, teoría política, movimientos políticos, populismo

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Ficha técnica

Título: "Fascismo. Una advertencia"

Título en inglés: "Fascism: A Warning"

Autora: Madeleine Albright (en colaboración con Bill Woodward)

Publicación en inglés: 2018

Publicación en español: Espasa Libros SLU, Paidós, Planeta Libros, Barcelona, 2018

Número de páginas: 350

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Biografía de la autora Madeleine Albright (hasta 2018)

Madeleine Albright fue la secretaria de Estado número 64 de Estados Unidos entre 1997 y 2001. Su distinguida carrera también incluye cargos en la Casa Blanca y el Capitolio, y como embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas. Reside en Washington DC y Virginia.

Bill Woodward

Solo dice que vive en Capitol Hill con su esposa, Robin Blackwood, y su hija, Mary
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Texto de la contraportada

"Un análisis personal y urgente sobre el fascismo en el siglo XX y cómo su amenaza configura el mundo de hoy"

"El siglo XX se define por el choque entre la democracia y el fascismo, una lucha en la que estaba en juego la supervivencia de la libertad humana y que dejó millones de muertos. Vistos los horrores de esa experiencia, cabría esperar que el mundo rechazara a los sucesores espirituales de Hitler y Mussolini si surgieran en nuestra época. Madeleine Albright recurre a sus experiencias de infancia en una Europa devastada por la guerra y a su distinguida carrera como diplomática para cuestionar esa suposición.

El fascismo, tal como constata Albright, no solo sobrevivió durante el siglo XX, sino que ahora supone una amenaza más virulenta que en cualquier otro momento desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pues determinados factores están debilitando el poder político en muchos países y propiciando el resurgimiento de regímenes extremistas.

Escrito por alguien que no solo estudió historia sino que ayudó a darle forma, Fascismo es una llamada a la acción que nos enseña las lecciones que debemos comprender y las preguntas que debemos responder si queremos evitar la repetición de los trágicos errores del pasado".

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ÍNDICE

1. Una doctrina de la ira y el miedo

2. El mayor espectáculo del mundo

3. "Queremos ser bárbaros"

4. "Cerrad vuestros corazones a la conmiseración"

5. La victoria de los césares

6. La caída

7. La dictadura de la democracia

8. "Hay muchísimos cadáveres ahí arriba"

9. El difícil arte de gobernar

10. Un presidente vitalicio

11. Erdogan el Magnífico

12. El hombre del KGB

13. "Somos nuestro pasado"

14. "El líder siempre estará con nosotros"

15. El presidente de Estados Unidos

16. Tres pesadillas

17. Las preguntas pertinentes

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RESUMEN

Comentarios iniciales: La autora Madeleine Albright, vinculada a la Administración Clinton, reacciona con este libro ante la elección de Donald Trump, al que ve como populista y crítico con las instituciones democráticas, incluida la Justicia y la prensa. El problema, dice la autora, es que el actual presidente de Estados Unidos es un mal ejemplo para otros gobernantes del mundo que pueden pensar que si Trump dice que la prensa de su propio país es falsa y mentirosa será porque es cierto. Es una especie de aval para los tiranos y autócratas del mundo, que no respetan la libertad de expresión y los derechos humanos y que alegan la conducta de Trump para justificarse a sí mismos. Y si desprecia a los inmigrantes y a las minorías y a la mujer, ¿por qué van a criticar a otros países que marginan a sus propias minorías?

La autora cree que, a pesar de lo que todos creen, el fascismo no desapareció en 1945 sino que siguió oculto pero latente, en parte porque forma parte de la propia democracia, por lo que es posible que, a lo largo de la historia, resurja. En el pasado, triunfó la democracia liberal pero pudo no haber sido así. Por dicho motivo, cree que la gente debe conocer la historia y no olvidar el desastre que supusieron esas ideologías, para que entiendan cuáles son los procesos por los que surgen, qué métodos usan para alcanzar el poder y lo que hacen una vez allí.

Por otro lado, la autora considera que la democracia se está desgastando y que el proceso democratizador se ha estancado e incluso entra en regresión y retroceso, un proceso iniciado con los diversos recortes de democracia acaecidos a partir de los ataques a las Torres Gemelas del 11-S del 2001. [nota del lector: Recordemos que Francis Fukuyama en El fin de la historia había descubierto que desde los años 80 había una ola democratizadora en todo el mundo tras caer las dictaduras de España y Portugal, América Latina y de la URSS]

A ello se suma el auge del nacionalismo, que ya causó dos guerras mundiales y luego la guerra de los Balcanes. Precisamente, el populismo y el fascismo captan adeptos mediante el fuerte sentimiento idenditario de la nación o grupo frente a los "otros". Cree que el nacionalismo extremo es un cáncer del siglo XIX y XX que fue avivado con las declaraciones bienintencionadas del presidente Wilson al terminar la Primera Guerra Mundial en las que propuso que cada nación tenía derecho a la autodeterminación, luego recogido en un artículo de la ONU en 1945.
Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, los imperios alemán, astro-húngaro, otomano y ruso se disolvieron como azucarillos y en su lugar nacieron un mosaico de pequeños países (desde Finlandia a Siria y Arabia Saudí). La Gran Depresión no hizo más que avivar el principio de priorizar los derechos de cada país. La disolución de la URSS creó otra miríada de estados salpicados por toda Europa y el Cáucaso.

Además, la autora ve el fanatismo religioso o ideológico como otro avivador que favorece las políticas antidemocráticas o que promueve las autocráticas (la mayoría se impone a la minoría, que es discriminada o silenciada).

La autora arranca su libro contando que ella nació en la República Checa en una familia judía y que tuvo que huir dos veces de Checoslovaquia (un nuevo país surgido de la disolución del Imperio Astro-Húngaro). La primera vez se debió al ascenso de Hitler, en 1938, que se apropió de los sudetes checos de mayoría alemana y 6 meses después del país entero. Su familia se exilió en Londres aunque perdió a muchos familiares en los campos de exterminio nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Con la paz, regresó a Praga pero, en 1948, los comunistas desbarataron la frágil república liberal y cayeron bajo la órbita de Stalin. Así que la autora habla con conocimiento de causa.

Mussolini
Albright sitúa el inicio del fascismo en la Italia de Mussolini. El país acababa de salir de una guerra ruinosa del lado de los vencedores, que lo ignoraron en las negociaciones. Mussolini había sido un agitador socialista que publicó un periódico, financiado por Francia, para animar a Italia a entrar en la guerra del lado de los aliados contra los imperios centrales. Tras la guerra, entendió el descontento popular de los soldados que volvían a casa y no tenían empleo y de otros sectores que temían el ascenso de los partidos socialistas y comunistas (que se inspiraban en el triunfo de los soviets en 1917 en la Revolución rusa). Había malestar contra el régimen liberal empantanado y el periodista lo supo canalizar hacia un movimiento que prometía acción y lucha para sacar a Italia del estancamiento.

 Mussolini y unos simpatizantes decidieron luchar contra la izquierda adoptando el símbolo de los "fascios" de las legiones romanas, de ahí el nombre. Luego, lucieron la vestimenta negra (las camisas negras) para desfilar. Durante meses, se dedicaron a montar broncas y dar palizas o asesinar a los adversarios de extrema izquierda y luego a intimidar a los socialistas, a cerrar o destrozar locales sindicales y periódicos de izquierda. Había gente que veía con buenos ojos la mano dura con los revolucionarios comunistas, que acabaron aplastados en Italia. Se había acabado con el peligro de una revolución de la izquierda radical no solo en Italia sino también en los nuevos países creados en Europa tras 1918. En Alemania, la policía de la República de Weimar de había encargado de eliminar a Rosa Luxemburgo para frustrar una revolución espartaquista. Pero ahora, había surgido otra fuerza, los extremistas de derechas, que resultaron ser unos matones dispuestos a "drenar el pantano" (en referencia a la vieja clase política liberal) que también aspiraban al poder y que habían movilizado el apoyo popular con sus promesas de mejora y orgullo para el país.

La autora señala que las democracias liberales tienen sus propias corruptelas y el capitalismo genera muchas desigualdades, pero es mucho más libre que los regímenes que vinieron después, caso del comunismo y el fascismo, que crecieron porque captaron el descontento y malestar de las masas para instaurar una dictadura corporativista.

La autora dice que el movimiento triunfó por el enorme apoyo social que encontró, ya que la gente corría a saludar a los fascistas y unirse a ellos.  Una de las cosas, tanto del fascismo italiano como del nazismo alemán, es que prometían a la clase baja y obrera que estaría a su alcance llevar un nivel  y un estilo de vida de burgués, incluidos los viajes y las vacaciones pagadas, la gimnasia y el cuidado del cuerpo, y las excursiones al campo para contemplar la naturaleza.

En ese ambiente de tensión, Mussolini montó una gran marcha hacia Roma y el rey, tras rechazar un posible pacto con los socialistas, acabó claudicando y le nombró jefe del gobierno pensando que el nuevo y exitoso político sería fácil de manipular.  Una vez en el poder, Mussolini se tomó en serio su papel de gobernar e inició reformas para agilizar la burocracia, educación y sanidad y temas pendientes que tenía el país. Pero no sabía nada de economía y se empeñó en dirigir él mismo la economía porque pensaba que él era infalible y que tenía un instinto especial para todo. Pronto se inició el culto al líder, pues Mussolini gustaba de sacarse fotos con campesiones, trabajadores o él mismo posando con aire marcial o musculoso.

 Además de estancar la economía del país, Mussolini embarcó al país en una aventura colonial en Abisinia (Etiopía, el último país independiente de África) con la idea de recuperar la grandeza de Italia. La autora dice que masacraron a los nativos con bombas y ametralladoras. También se anexionó Albania y, en 1938, bombardeó Barcelona, durante la Guerra Civil Española, hasta que el propio Papa, Franco y Hitler le rogaron que cesase de castigar a la población. A nivel interno, acabó con la oposición política y silenció a los socialistas, que, según la autora, bajaron la cabeza y se esfumaron. 

El problema que tuvo Mussolini, dice Albright, era que aunque madrugaba mucho para trabajar en favor del pueblo, una vez instalado en el poder, era un estratega muy chapucero y no se preparó para mejorar su armada y aviación para que  buques especializados le diesen cobertura a sus futuras operaciones militares estratégicas de cara a la Segunda Guerra Mundial. Carecía del equipamiento naval necesario para operaciones de gran calibre cuando, en otro error, se le ocurrió invadir Grecia sin consultarle a Hitler, el cual se retrasó con la invasión de Rusia (lo que acabó por hundirlo y acelerar su derrota). Es más, Mussolini decía que ya había sobornado a los militares griegos para que permitiesen la invasión pero al llegar, lo pasaron muy mal y Hitler tuvo que acudir en su ayuda.

Hitler
La autora continúa con el ascenso de Hitler. Tras servir en la Primera Guerra Mundial como cabo, se hizo político y canalizó las protestas de la gente que veía como los aliados vencedores culpaban de la masacre a Alemania, a la que consideraban invicta pese al armisticio, y le obligaban a pagar cuantiosas indemnizaciones. En el caso de Hitler, además del nacionalismo y el culto al ideal ario, añadió en su fórmula el racismo hacia los judíos (antisemitismo) y otras razas que consideraba inferiores. Mientras Mussolini se hizo con el poder con una demostración de fuerza, Hitler, que disponía de fuerzas de choque paramilitares, se presentó dos veces a las elecciones porque creía que era el camino adecuado para llegar al poder. Casi las gana y entró en el Parlamento con suficientes votos para gobernar en coalición. Convenció al envejecido presidente de la república de Weimar, el anciano mariscal Hindenburg, que le nombrase canciller en 1933. 

La autora recuerda que el político nazi prometió a los partidos rivales que, si lo apoyaban para ser canciller, respetaría las instituciones democráticas. La autora cree que Hindenburg, ya anciano, pensó que Hitler era un tonto útil fácil de manipular y que habría que eliminarlo tarde o temprano pero el propio Hitler explica que él sabía perfectamente lo que pensaban de él las fuerzas tradicionalistas y que, por eso, actuó "rápido" y se anticipó a los movimientos. Una vez alcanzado el poder, buscó excusas para cerrar el Parlamento (Reichstag), perseguir a sus opositores, prohibir los partidos e instaurar el III Reich, una dictadura totalitaria con un partido único. No solo eliminó o los metió en campos de concentración a los rivales políticos sino a su rama paramilitar más exaltada. Creó policía de vigilancia interna como la Gestapo, se aseguró de que los periódicos fuesen afines.

Hitler admiraba a Mussolini pero este último empezó a desconfiar del alemán por su frialdad, por el hecho de que en una sola noche eliminase a cuchilladas a cien camaradas paramilitares (exaltados que no querían moderarse ni seguir el programa no revolucionario que les imponía Hitler). Después de todo, pensaba Mussolini, el alemán no había asesinado a rivales políticos sino a sus propios camaradas de fatigas. En Italia, país católico, eso estaba muy mal visto. A todo ello se sumaba que Hitler hablaba siempre de estadísticas a fin de organizar la industria de la guerra en Europa y a Mussolini se le escapaban los datos. Además, los militares y políticos italianos advirtieron a Mussolini que Hitler era un peligroso racista que iba a tratarlo como una figura secundaria y subalterna, como así ocurrió. Y mayores, aunque Hitler tampoco sabía de economía, delegó en expertos y mientras Alemania creía económicamente, la Italia de Mussolini entraba en una debacle económica. Tuvo que meterse en la guerra pese a no estar preparado militarmente. Según Albright, lo estaría en 1949. El actor Charlie Chaplin captó en la película "El gran dictador" la esencia de los dos dictadores: los dos subían la silla de barbero para parecer más alto que el otro.

Tanto Hitler como Mussolini usaron el espectáculo de masas para crear una gran épica que le gustaba a la gente. Campesinos, artesanos y obreros se sentían integrados en la gran ópera del destino de la nación. Pero, además, la autora subraya otro importante dato: Hitler era un hombre bajo, de pelo negro, pobre y humilde, de clase media-baja, uno como otros tantos alemanes, muy alejado del ideal ario guerrero y aristocrático. Hitler, en definitiva, era "uno de los suyos". Y eso era lo que le gustaba a sus seguidores: que uno de los suyos estaba ahora en el poder y entendía su deseo de mejorar su calidad de vida al igual que ya lo había hecho la burguesía.

Franco
Hitler viajó a España para convencer al general Franco, que acababa de ganar la Guerra Civil, para que se uniese al Eje con Alemania e Italia. Albright dice que Franco no se puede decir que fuese exactamente un fascista sino un nacional-católico, un autócrata que representaba a "los de siempre", y que lo que hizo fue absorber a la Falange en las filas de su propio movimiento hasta diluirlos sin darles ningún poder. Solo conservaba de ellos la simbología. La autora indica que otros dictadores, como Salazar en Portugal, se cuidaron mucho de caer en la trampa del fascismo y ese espacio quedó ocupado por las fuerzas tradicionales, los que habían gobernado siempre el país. Lo mismo ocurrió en Inglaterra, donde se anuló a la fuerza fascista que había creado un aristócrata. La autora cree que tras ver lo que hicieron Mussolini y Hitler, las fuerzas vivas que pensaban utilizar como tontos útiles a los fascistas se dieron cuenta de que eran imprevisibles y peligrosos, y se los quitaron de en medio, por lo que apenas triunfaron en algunos pequeños países. Cita el caso de España. Portugal y otros donde los fascistas quedaron anulados o relegados.

Sobre Franco, la autora dice que era un militar cauto y meticuloso y fue el único fascista de aquella -época que murió en la cama tras gobernar 40 años. Recalca que durante la Guerra Civil, Franco se tomó con calma la guerra mientras los republicanos estaban divididos en comunistas, socialistas, anarquistas, que luchaban internamente entre ellos. Incluso los brigadistas internacionalistas que acudieron a España a apoyar a la República acabaron regresando ante la anarquía reinante. Mientras, Franco no preparaba una ofensiva sino contaba con todos los recursos necesarios en hombres, apoyo aéreo, artillería. Eliminó o silenció a todos los opositores que pudo.

Cree que Franco, durante la guerra y durante su dictadura, se ciñó a objetivos concretos y un programa realista, que contrasta con las obras faraónicas y fantasiosas de Hitler y Mussolini.

La autora también añade que Franco también supo "torear" a Hitler con exigencias disparatadas (como pedir territorio francés en Marruecos bajo el control del gobierno de Vichi) como condición para entrar en la guerra. Hitler se fue con las manos vacías y España continuó neutral. Hitler quiso convencer Franco de que si Londres caía, la guerra habría acabado pero Franco le respondió: "Si Londres cae, los ingleses seguirán la guerra desde Canadá".

Cuando la Segunda Guerra Mundial parecía perdida para Italia, con Sicilia invadida por los aliados, Mussolini fue defenestrado por sus propios partidarios y el rey lo destituyó del cargo. Murió fusilado cuando ella y su amante escapaban disfrazados de soldados alemanes y lo reconocieron unos partisanos comunistas y los fusilaron. Sus cuerpos fueron colgados en una plaza pública. Hitler, por su parte, se suicidó en su búnker de Berlín en 1945, cuando llegaban los rusos.


La guerra fría
La autora señala que los fascismos desaparecieron en 1945 pero no del todo. Por una parte, Stalin impuso un régimen comunista en Europa del Este, que seguía el modelo totalitario de los fascistas con un partido único, devoción al líder, nacionalismo exaltado, supresión de la libertad de expresión y de la prensa libre, y de la libertad de movimientos. La propia Checoslovaquia, ya liberada, vio como el único demócrata que puso reparos a entregar el control parlamentario a los comunistas, acabó volando por la ventana en Praga. Para la autora, el comunismo era, en esencia, el reverso del fascismo, por mucha causa justa con la que se intentase justificar ya que los opositores no tenían voz o se les acallaba.

El senador McCarthy
Había una especie de control ideológico de la población durante la Guerra Fría que también afectó a Estados Unidos. Se refiere al senador McCarthy que aterrorizó al país con una caza de brujas de comunistas, simpatizantes socialistas, afiliados y cualquiera que fuese sospechoso de izquierdas. Hubo juicios y procesos contra actores de Hollywood por sus ideologías. Se llegó demasiado lejos y la autora recuerda que McCarthy disparaba todo tipo de mentiras y maledicencias sin comprobarlas [nota del lector: lo que hoy llamaríamos fake news]. Esta atmósfera de delación e injurias generó un gran malestar porque se estaba atacando a inocentes o a gente que no tenía nada ver con las acusaciones, o que el senador no se molestaba en probar. Al final, las comisiones encargadas de investigar a los posibles comunistas en EE.UU. puso en su sitio a McCarthy , pero el daño ya estaba hecho.

Las tácticas de hostigamiento y linchamiento de McCarthy recordaban a la propaganda de los partidos únicos de entreguerras, donde se repetia machaconamente una idea o mensaje interesados y se ahogaba a los que intentaban sacar a la luz la verdad o poner algo de cordura. Sin embargo, más allá de estos personajes exaltados, la democracia norteamericana funcionó porque sus estructuras estaban ancladas en las instituciones. A la gente les exaspera las comisiones y su lento funcionamiento pero son la garantía democrática de que salga a la luz la verdad y se desenmascaren a todos los McCarthy que usan la mentira para lograr más poder.

Los populismos latinoamericanos: Perón y Chávez
La autora revisa después otros populismos como el de Perón o el de Hugo Chávez, que en general cayeron en el caudillismo prometiendo a los pobres "cosas imposibles de cumplir" y ganándose el apoyo y fervor popular.

A Chávez le fue bien inicialmente porque aprovechó el tirón de los altos precios del petróleo y creó un importante programa de viviendas, sanidad y educación para mejorar el nivel de vida de los venezolanos. Es cierto, dice la autora, que ganó tres elecciones, y sorteó un golpe de estado. Una muchedumbre salió a la calle a reclamar su regreso: "Devolvednos a nuestro loco", ponía el cartel de una anciana manifestante. Chávez también promocionaba el culto al líder con programas televisivos donde contestaba a la audiencia pero, a su vez, intentaba clausurar los medios de comunicación críticos con su gestión o encarcelar a opositores. La revolución bolivariana fue un sueño durante los años de bonanza económica gracias al petróleo pero, cuando ese "combustible" se acabó, empezaron los problemas debido a una mala gestión pública del dinero extraído del petróleo.

Pero, antes de morir de cáncer, Chávez ya tenía el país a la deriva por una mala gestión pública, despilfarro, corrupción y falta de libertad de expresión, según dice la autora. No perdió el apoyo popular pero se granjeó muchos enemigos en el exterior, caso de Estados Unidos. Su sucesor, Nicolás Maduro, al que define como un conductor de autobuses sin estudios, dio un paso más al anular el Parlamento para crear otro afín y poner a jueces afines en la judicatura. A diferencia de Chávez, Maduro no gozó de un "boom" de los precios del petróleo, por lo que se hizo impopular.

La autora, en razón de su cargo, habló con ambos presidentes y cree que Chávez era simpático mientras que a Maduro, un bolivariano convencido, le faltaba rodaje y las ideas de su maestro.

Milosévic
La autora también repasa las atrocidades de la exYugoslavia, con Misolévic como encendedor de la mecha nacionalista que prendió el odio entre serbios, croatas y musulmanes. No se pudo impedir la masacre en Bosnia pero en Kosovo, cuando los serbios quisieron empezar otra limpieza étnica, la OTAN los expulsó con bombardeos. Albright, por razones de su cargo, se reunió con Milosévic y dice que él no paraba de darle lecciones de historia serbia sobre todos los sufrimientos que había padecido su pueblo desde la Edad Media. Dice que ahora la realidad es distinta y que el 90 % de la población de Kosovo es musulmana, por lo que, para solucionar el conflicto, hay que admitir los hechos y no remontarse a 500 años atrás sino vivir en el presente.

Albright también cuenta cómo tuvo que inspeccionar fosas comunes durante la Guerra de los Balcanes. Cree que era imposible que Milosévic, el cual murió antes de ser juzgados, no estuviese al tanto de la limpieza étnica.

Putin
Respecto a Putin, lo considera como un hombre del KGB que hacía de guía turístico en Berlín, Luego, se convirtió en la mano derecha y sucesor de Yelsin. Era un hombre trabajador y disciplinado que impuso un puño de hierro en el país para establecer el orden, aplastar implacablemente el terrorismo en Chechenia y relanzar la economía. Dice que con Putin el país se estabilizó pero algo le chirría porque ve imposible imaginar a Yelsin o Gorbachov posando con el torso desnudo pescando y otras poses publicitarias que hace el actual estadista para mostrar su fuerza y que le recuerda la propaganda de los estadistas autoritarios de los años 20 y 30.

La autora cree que la oposición a Putin es mínima o insignificante, por lo que no supone una amenaza real para él. Cualquier opositor que destaque, no le va muy bien. De esta manera, la democracia rusa se ha convertido, según la autora, en una democracia fallida o una autocracia a la que se da tintes de democracia.

A ello se suma que también usa un nacionalismo ruso para defender el orgullo del país, lo que está muy bien si eso no conlleva meterse con los vecinos de su entorno. La autora cita el caso de Crimea o Ucrania. Recuerda que los blindados que entraron en Hungría en 1956 para impedir que se alejase de la órbita soviética o los que la URSS envió a los republicanos, no llevaban insignias, lo mismo que ahora en Crimea. A ello, se suma la sospecha de que Rusia no desista de espiar a sus vecinos occidentales, ya sea mediante el ciberactivismo o la supuesta interferencia en elecciones.

Corea del Norte
También hace repaso a la dictadura norcoreana, a cuyos líderes define como los únicos fascistas de verdad que funcionan en la actualidad porque dirigen un régimen totalitario, de partido único, con baño de masas populares, discurso incendiario contra "los otros" (Estados Unidos, y otros) y exhibiciones de baile donde las jóvenes danzarinas y los coros lanzaban mensajes que profesaban amor al líder supremo. La autora viajó a Pyonyang y conoció al hijo del fundador para detener su programa nuclear. Le pareció un gobernante serio y responsable (dentro del contexto internacional) y estaba dispuesto a negociar la conversión de reactores nucleares en misiles con cabezas nucleares por alimentos (no querían ser otra China de Mao con millones de muertos por el hambre). Se hizo el canje en la administración Clinton pero luego su sucesor, el presidente Bush incluyó a Corea del Norte en el Eje del Mal (Afganistán, Irán, Irak y Corea del Norte) y los consideró terroristas mundiales, lo que sentó mal al régimen asiático, por lo que, viendo las invasiones que sufrieron los países aludidos, renunció a la vía civil y siguió con su programa de desarrollo de armas nucleares.

Erdogan
En este caso, se trata de un hombre humilde que llegó a lo más alto del gobierno turco y que, en el auge de su popularidad, tras superar un golpe de Estado, impuso un régimen laico-religioso que se desvía de los principios del fundador de la Turquía moderna tras el desplome del Imperio Otomano en 1918. A Erdogan lo apoyaron los religiosos, descontentos porque el Gobierno era laico y separaba Estado e Iglesia (Ataturk copió el código civil suizo, y otras leyes francesas, italianas o alemanas, así como el alfabeto latino para converger con Occidente; su legado duró casi cien años y los militares velaron para no salirse de esta línea). Lo cierto es que, cuando Turquía estaba a punto de cumplir todos los requisitos para ingresar en la UE (tras abolir la pena de muerte), la UE se echó para atrás por lo que en Turquía (con 80 millones de musulmanes) hubo un gran desencanto. En el mandato de Erdogan (que fue encarcelado cuando empezaba a despuntar), volvieron a construirse mezquitas a un ritmo trepidante, lo mismo que grandes proyectos de obras públicas, y a imponerse leyes pro-religión. 

Duarte
Vierte críticas a Duarte, en Filipinas, por su violencia letal con los delincuentes en un estado policial donde ordena a la policía disparar a matar a los criminales, traficantes de drogas, etc.... Se cree que ya han muerto 10.000 y no está claro si han caído inocentes por el medio. La autora critica que Trump alabe en sus "tuits" al mandatario filipino por su mano dura aunque cree que el presidente, como gobernante, intenta tener buenas relaciones con todos los mandatarios del mundo a base de elogios e intenta ser diplomático.

Trump
Respecto al presidente Trump, le critica su ignorancia y desprecio a las instituciones democráticas (prensa, tribunales, sociedad civil), su gobierno a golpe de "tweet", su discurso simplista para solucionar problemas en otros países y el mensaje contra los "otros" (en este caso, los inmigrantes, las mujeres). Por contra, considera a Bush (el de las guerras de Afganistán e Irak) un presidente cauto y sensato, que siguió las normas democráticas y respetó las instituciones.

A la autora le llama la atención que Trump sea tan condescendiente  con mandatarios autocráticos y luego vapulee a los propios aliados de EE.UU., caso de Merkel o presidentes australianos.

En todo caso, la autora recuerda que, al igual que le pasó a McCarthy, Trump caerá cuando se desenmascaren sus mentiras por la fortaleza de las instituciones democráticas (Senado, Congreso) dedicados a controlarse los unos a los otros, así como las distintas elecciones que impiden que Trump se desmarque mucho de sus votantes.

Finalmente, la autora Albright ve tres posibles escenarios que denomina "pesadillas":

1) En la primera pesadilla, se imagina un escenario donde un grupo de millonarios financian y controlan los medios de comunicación conservadores (menciona a la Fox) y mantienen a la gente en una burbuja que no admite otras alternativas ni les da voz.

2) En la segunda pesadilla, ve a un grupo de magnates de Hollywood que financian a grupos progresistas y una vez que alcanzan el poder instauran "lo políticamente correcto", lo que excluye a cualquiera que no esté en esa corriente. Los de derechas tampoco pueden hablar porque herirían la sensibilidad de los "antifascistas".

3) En la tercera pesadilla, un grupo terrorista interno siembra la alerta en EE.UU. y un gobernante aprovecha el miedo de la población para perseguir a determinados grupos.

La autora deja un último mensaje. Dice que ahora todos saben cómo funciona el fascismo y que este prospera en tiempos de crisis en los que la gente está decepcionada con el funcionamiento de la democracia. Pero cree que el público debe hacerse varias preguntas sobre cualquier candidato que aspire al poder, entre ellas: "¿Enciende a las masas en contra de otra etnia?" y otras cuestiones que ayudan a distinguir a un demócrata de un demagogo que busca el apoyo de las masas para quedarse él solo en el poder.



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